jueves, 15 de marzo de 2012

EL REY DURMIENTE



Érase una vez una bella princesa aburrida de la seriedad de la corte. Como era la hija del rey no podía bajar a jugar con los demás niños, así que se conformaba con verlos desde el balcón de su habitación. Desde allí imaginaba mil aventuras fuera de los muros del castillo.
Fantaseaba con visitar otros reinos cuando escuchó la letra de la melodía que cantaban unas niñas que saltaban a la comba en el patio.
- El rey dormirá y no despertará hasta la mañanita de San Juan –coreaban animadamente.
A la princesa le sorprendió tanto aquella curiosa canción que mandó llamar a una de las niñas.
- ¿Qué cantáis en vuestros juegos? –le preguntó intrigada.
- Es una historia que nos contaba nuestra madre antes de dormir –respondió la niña con timidez.
- Cuéntamela tú ahora –ordenó la princesa.
- Dice mi madre que en un castillo muy lejos de aquí vive un rey hechizado que se pasa todo el año durmiendo. Sólo despierta la mañanita de San Juan. Si no hay nadie a la cabecera de su cama, se vuelve a quedar dormido hasta el año siguiente.
Permanecerá encantado hasta que encuentre una princesa con la que casarse.
La princesa se emocionó con aquella fabulosa noticia. Se preguntaba cuánta distancia había hasta aquel misterioso castillo.
- No lo sé, pero mi madre dice que para llegar hasta allí habría que romper unos zapatos de hierro –explicó la niña.

Así pues encargó que le confeccionaran a medida unos zapatos de hierro. Resistentes pero bonitos, exigió. Cuando se los dieron, se los puso y anduvo hasta un bosque mágico que ningún caballero se atrevía a cruzar.
En un claro se le apareció una amable viejecita que le preguntó a dónde iba. Ella respondió decidida.
- Voy en busca del palacio del rey que dormirá y no despertará hasta la mañanita de San Juan. ¿Sabes dónde está?
La anciana no sabía nada de aquel lugar aunque tal vez pudiera ayudarles su hijo, el sol.
- Pero temo que te dañe al verte. Es muy gruñón –le previno.
A pesar de todo, la princesa insistió en acompañarle a su casa. Cuando escuchó llegar al sol se asustó y se escondió en un armario.
- ¡Huelo a carne humana y quiero que se me dé! –exigió éste.
- Calla –le dijo la madre-, que es una pobre muchacha que va en busca del castillo del rey que dormirá y no despertará hasta la mañanita de San Juan. Pensé que quizá tú supieras cómo dar con él.
- Nunca he oído hablar de tal cosa. Probablemente mis hermanas, las estrellas, le conozcan.
Agotada del viaje, la princesa se durmió apoyada en la mesa. Ni siquiera cenó. El hambre la despertó a la mañana siguiente. La viejecita preparó un suculento desayuno que la joven devoró mientras poco a poco iban llegando las estrellas. Estaban cansadísimas de su trabajo nocturno.
La princesa les preguntó una por una, pero ninguna había oído hablar de aquel rey dormido. Tal vez el aire estuviera mejor informado. Él iba constantemente de un lugar a otro, entrando en todos los sitios, y nunca estaba quieto.
Después de desayunar, la princesa emprendió su camino denuevo hasta encontrar a otra anciana que le preguntó a dónde iba conaquellos curiosos zapatos de hierro.
- Voy en busca del palacio del rey que dormirá y no despertará hasta la mañanita de San Juan –repitió.
Tampoco la viejecita sabía dónde estaba el castillo.
- Puede que mi hijo, el aire, nos diga dónde está. Pero temo que te dañe al verte –le avisó la mujer.
Fueron a casa y la princesa volvió a esconderse en un armario cuando apareció bufando el aire.
- ¡Huelo a carne humana y quiero que se me dé! –gritó.
- Calla –le riñó la madre-, que es una pobre muchacha que va en busca del castillo del rey que dormirá y no despertará hasta la mañanita de San Juan. Pensé que quizá tú la ayudarías.
- Si sale por la otra puerta de nuestro hogar, llegará enseguida.
La princesa siguió sus instrucciones y, después de andar un rato, descubrió que estaba descalza. Los zapatos de hierro se habían desintegrado. Maravillada alzó la vista y avistó una magnífica fortaleza con la puerta abierta de par en par.
Corrió por todas las habitaciones del castillo hasta hallar al rey dormido en una lujosa cama. Era más hermoso de lo que lo había imaginado. Suspiró paciente y se sentó a la cabecera.
La ilusión pronto se apagó como una vela. Los días transcurrían sin que nada sucediera. Los meses eran iguales unos a otros encerrada en aquella habitación. Las estaciones variaban fuera, pero allí dentro nada cambiaba. El aburrimiento se apoderó de la muchacha que resistía sin apartarse del dormilón ni para comer.
El tiempo pasó lentamente hasta que un día una dulce música la sorprendió. El pueblo celebraba la noche de San Juan sin que laprincesa se hubiera enterado del día que era.
- Asomaos al balcón para entreteneros –le animó una sirvienta.
La princesa dudó pues si el rey despertaba no la encontraría a su lado. Sin embargo acabó saliendo a disfrutar de la primera canción que escuchaba en muchos meses.
Entre tanto, el rey abrió los ojos. La primera persona que vio fue a la sirvienta. Pensó que era ella quien había velado su sueño. Cuando la princesa regresó, el monarca se emocionó con su belleza pero la
sirvienta le engañó diciéndole que era su dama de compañía.
Agradecido por cuidarle, el rey prometió un regalo a cada una de ellas. La princesa, apenada, le pidió una piedra dura y un ramito de amargura. Aquella petición tan rara extrañó al joven monarca, que siguió a la princesa hasta su habitación para ver qué hacía con aquellos objetos.
En silencio la observó asomado a la puerta. La princesa le preguntó a la piedra si recordaba su sacrificio. Después tomó el ramo para matarse con él, pero el rey la detuvo.
- ¡Detente! Sé que eres tú quien ha velado la cabecera de mi cama durante tanto tiempo –le dijo.
Cuando se miraron de nuevo, los dos sentían su amor. Y, como contaba la leyenda del rey durmiente, ambos se casaron muy enamorados pues él la había soñado dormido y ella le había imaginado despierta.

Colorín, colorado, este cuento se ha acabado.


Que sueñes bonito Mi Vida

viernes, 9 de marzo de 2012

EL CASTILLO DE IRAS Y NO VOLVERAS


En un hermoso pueblo al lado del mar vivía un pescador con su mujer. Eran ya mayores y no tenían hijos. Sólo se tenían el uno al otro.

Todas las mañanas, muy temprano, el hombre salía de su casa para ir a pescar. Un día, cuando llegó al mar, se montó en su pequeño barco y se alejó unos metros de la playa. Lanzó la red al agua y al sacarla, vio que un pez muy grande se había quedado atrapado en ella.

Lanzó la red al agua y al sacarla, vio que un pez muy grande se había quedado atrapado en ella. Cuando vio al pescador, el pez asustado le dijo:
- ¡No me lleves a tu casa, por favor! ¡Devuélveme otra vez al agua! 
Y el pescador le respondió:
- Lo siento, pero no puedo devolverte al agua. Mi mujer y yo no tenemos dinero para comprar comida y lo único que podemos comer es lo que pesco cada día.
- De acuerdo –contestó el pez-. Puedes llevarme a tu casa, pero cuando terminéis de comer, tienes que recoger todas las espinas menos dos, y guardarlas bien durante quince días.
Entonces irás al lugar en el que hayas guardado las espinas y encontrarás a dos niños que deberás cuidar como si fueran hijos tuyos. Para protegerlos, cuélgales las otras dos espinas al cuello, y así nunca podrá pasarles nada malo.
El pescador llevó el pez hasta su casa y su mujer preparó con él una maravillosa cena. Cuando terminaron de cenar, el pescador recogió las espinas y las guardó detrás de unos árboles que había en los alrededores. A los quince días, volvió a aquel lugar como había prometido al pez y se encontró con dos bebés preciosos, tan iguales entre sí que parecían uno solo. El pescador lleno de alegría llevó a los niños hasta su casa y allí, su mujer y él los cuidaron como si fueran sus propios hijos.
Los años fueron pasando y los niños crecieron. Sus padres eran ya muy viejos y no podían trabajar.
Una noche, mientras el pescador y la mujer dormían, uno de los hermanos le dijo al otro:
- Esta noche saldré de casa a buscar un lugar mejor para todos.
- Toma esta pequeña botella llena de agua. Llévala siempre contigo. Si el agua cambia de color es porque algo malo me ha sucedido, de modo que sal enseguida a buscarme.
El joven hermano se guardó un cuchillo para protegerse de los peligros de la noche y salió de su casa en busca de un lugar mejor en el que vivir con su familia. Anduvo durante muchos días a través de un bosque sin encontrar nada hasta que una noche, mientras se preparaba para descansar un poco, en medio de la  oscuridad pudo distinguir unas luces en el horizonte. ¿Qué podrían ser? Parecían casas. Sí, eran casas. Al fin había llegado a algún lugar. Aunque estaba cansado, decidió llegar esa misma noche hasta el pueblo.
No había caminado unos minutos cuando se encontró con unos leñadores que volvían a sus casas y les preguntó si sabían qué pueblo era el que se veía desde ese lugar.
- Es un pueblo muy rico – le explicó un leñador-, pero nadie puede entrar ni salir. Antes de llegar hay en el bosque un monstruo de siete cabezas que controla la única entrada del pueblo. Así protege al pueblo de todos los peligros, pero a cambio, todos los años ese monstruo se lleva a la joven más guapa del pueblo, y este año se llevará a la hija del rey, que ha prometido que si alguien mata al monstruo antes de que se
lleve a su hija, podrá casarse con ella.
El chico pensó durante unos instantes. Había encontrado la solución a sus problemas. Se despidió de los leñadores y corrió hacia la puerta del pueblo a buscar al monstruo de las siete cabezas.
Cuando faltaban unos metros para llegar a la entrada del pueblo, de entre la oscuridad del bosque apareció un monstruo gigante con siete cabezas, que le atrapó con sus garras dispuesto a matarlo. El joven no podía hacer nada; el monstruo lo tenía atrapado.
Por un momento creyó que había perdido la lucha, pero de pronto recordó algo que le había dicho su padre cuando era pequeño. Con mucho esfuerzo, acercó una mano a su cuello y allí encontró la espina que le protegería. Agarró la espina con fuerza y se la clavó al monstruo, que cayó al suelo sin vida mientras daba un grito estremecedor.
El muchacho, aunque estaba agotado de la lucha, cortó las siete lenguas de las siete cabezas del monstruo para llevárselas al rey y poder así casarse con su hija.
Así que decidió andar un poco más y buscar un lugar seguro para dormir hasta la mañana siguiente, en que iría a ver al rey y llevarle las siete lenguas.
A la mañana siguiente, el joven comenzó su camino hasta el castillo del rey.
Cuando llegó a las puertas del castillo recibió una gran sorpresa:
no podía ver al rey porque durante la noche, un leñador había matado al monstruo y le había llevado las siete cabezas, y la boda entre la hija del rey y el leñador se estaba celebrando en el castillo en ese momento.
El joven no podía quedarse sin hacer nada: tenía que ver al rey y contarle la verdad. Dio una vuelta alrededor del castillo en busca de la sala en la que se estaba celebrando la boda y cuando la localizó, trepó por el muro del castillo y de un salto, entró por una ventana.
- Arrestadle – dijo el rey.
- No majestad, espere – replicó el muchacho-. La boda no puede celebrarse. El leñador es un farsante.
- Habla – ordenó el rey.
El chico, tras disculparse ante el rey por presentarse de ese modo, le contó la verdad: que él había matado al monstruo. El rey no podía creer lo que el muchacho le contaba.
- ¿Cómo puedes probar que lo que dices es cierto? – preguntó el rey.
- Anoche, yo mismo maté al monstruo. Como prueba de que lo que digo es cierto traigo aquí sus siete lenguas. Esto significa que yo lo maté antes de que el leñador con su hacha cortase las cabezas del monstruo. Comprobad si las cabezas que trajo el leñador tienen lengua o no.
El rey, tras ver que lo que decía el chico era cierto, mandó expulsar del pueblo al leñador inmediatamente y casó a su hija y al hijo del pescador ese mismo día, como había prometido. Los recién casados disfrutaron del banquete y de una gran fiesta. El chico estaba feliz. Ahora podría volver a su casa a buscar a su familia para que vivieran todos en aquel maravilloso pueblo.
La fiesta terminó y la hija del rey acompañó al joven a su habitación. Cuando llegaron, el chico se asomó a la ventana para respirar el aire fresco de aquel lugar y vio a lo lejos un castillo rodeado de unas extrañas luces.
- ¿Qué es aquello? – preguntó a la hija del rey.
- Es el castillo de irás y no volverás – respondió la princesa-. Allí vive una vieja y malvada hechicera. Todos los que van, desaparecen. Nadie sabe qué sucede, pero ninguno de los que han ido a capturar a la bruja ha conseguido volver. Mi padre ha prometido regalar el castillo y todas las tierras que lo rodean al que consiga acabar con ella.
Entonces el chico tuvo una idea. Esperó a que la princesa se quedara dormida y salió del castillo en silencio. Se montó en el caballo más veloz del rey y con una lanza se dirigió a toda prisa hacia el castillo de la bruja.
Cuando llegó, vio a cientos de hombres tumbados en el suelo sumidos en un profundo sueño.
Mientras los intentaba despertar para que le ayudaran a acabar con la bruja, ésta, desde una ventana, le lanzó su poderoso polvo del sueño y se quedó dormido junto a los demás.
En ese momento, su hermano, que nunca se había separado de la botella que le había dado cuando se marchó, vio cómo el agua iba cambiando de color.
Preocupado, salió de casa y cruzó sin descanso el bosque durante varios días y varias noches hasta llegar al pueblo.
Era ya muy tarde cuando la princesa, que estaba asomada a la ventana de la habitación para ver si volvía su amado, vio llegar al hermano cansado del viaje. Bajó a buscarlo creyendo que era su amado, pues los dos se parecían mucho.
- Te he echado mucho de menos – dijo la princesa-. ¿Dónde has estado este tiempo?
Él, que no quería preocupar a la princesa, le respondió:
- He ido a ayudar a mi hermano porque estaba en problemas.
La hija del rey, más tranquila, acompañó al que creía su marido a la habitación. Al llegar a la ventana, el hermano preguntó a la princesa:
- ¿Qué es aquel castillo que se ve desde aquí?
- Te dije que es el castillo de irás y no volverás. No vayas, por favor, me da mucho miedo la malvada hechicera que vive allí.
El chico comprendió dónde podría estar su hermano. Cuando la princesa se durmió, salió de la habitación en silencio, y corrió con un caballo hasta el castillo de la bruja. Al llegar, vio a su hermano dormido en el suelo. Se bajó del caballo para despertarlo, pero mientras lo intentaba, la bruja, que vigilaba todo desde una ventana, le lanzó su poderoso polvo del sueño.
Algo iba mal para la bruja: el chico no se dormía. Le lanzó más y más polvo pero no tenía efecto. Entonces, la bruja completamente encolerizada se lanzó desde la ventana hacia el joven y agarró con sus feas manos el cuello del chico para acabar con su vida.
Él sentía que ya no tenía aire e intentaba quitar las manos de la bruja de su cuello, cuando, de pronto, tocó la espina que llevaba colgada y recordó las palabras de su padre. Con fuerza, clavó la espina en una mano de la bruja, que se quedó paralizada.
Después, en un segundo, su horrible figura se convirtió en un humo negro, desapareciendo así para siempre.
El sol empezaba a salir y todos los hombres que estaban dormidos alrededor del castillo de la bruja empezaron a despertarse.
Cuando todos se despertaron, dieron las gracias al nuevo héroe por salvarles del hechizo de la bruja y lo llevaron a hombros hasta el castillo del rey. Allí, el rey y la princesa salieron a recibirlos.
La princesa, al ver que su amado no era uno, sino dos, y que además venían acompañados de todos los valientes que intentaron desde hace años acabar con la bruja, pidió una explicación.
Los dos hermanos le contaron toda la historia, y el rey, muy contento por el valor que había mostrado el muchacho al haber derrotado a la bruja, mandó ir a buscar a sus padres y les regaló, como había prometido, el castillo para que vivieran tranquilos el resto de su vida.
El hijo que se había casado con la princesa vivió feliz junto a ella, y muchos años después se convertiría en el rey del lugar. El nuevo rey tendría siempre como consejero a su hermano, del que nunca volvería a separarse.

Y Colorín Colorado, este cuento se ha acabado.

Que sueñes bonito Mi vida.