sábado, 19 de febrero de 2011

RICITOS DE ORO


     Érase una vez una pequeña niña de dorados cabellos. Tan bonita era su cabellera y tan rubios sus tirabuzones que todos la llamaban Ricitos de Oro. A la pequeña le encantaba jugar en el bosque, pero sus padres siempre la advertían que no se adentrara demasiado en él, pues no se sabía qué peligros podría encontrarse yendo sola. Sin embargo un día, tan entretenida estaba jugando, que no se dio cuenta de que se alejaba más de la cuenta.Anduvo y anduvo y encontró una pequeña casita. Entró sin llamar a la puerta y encontró la mesa puesta con tres platos de sopa. 

     Ni corta ni perezosa probó del más grande: - ¡Qué caliente está! - A continuación tomó un poco de sopa del plato mediano: - ¡Éste está demasiado frío! - Y después probó el pequeño, y como estaba a su gusto, se lo comió todo.Después se dirigió hacia las tres sillas que había alrededor de la cálida chimenea, pues se sentía algo soñolienta. Tras sentarse en la más grande, la encontró demasiado dura. La silla mediana le pareció extremadamente blanda para su gusto y cuando se acomodó en la silla más pequeña, le pareció muy confortable.Pero la silla pequeña no pudo soportar el peso de Ricitos de Oro y con un fuerte sonido se rompió, dejando caer a la pequeña al suelo. Como aún estaba cansada, la niña se dirigió al piso superior de la cabaña y allí encontró una acogedora alcoba con tres camas: - Dormiré aquí una siesta antes de volver a casa - Dijo para sus adentros sin pensar ni por un momento que sus padres podrían estar preocupados por la tardanza.A Ricitos de oro le encantaron aquellas camitas, cubiertas por confortables edredones. Se acostó primero en la cama más grande, pero era demasiado alta para ella. La segunda cama que probó era la mediana, pero le parecía que estaba muy baja y cerca del suelo y tampoco le gustó. Al tenderse sobre la tercera cama, la más pequeña, se sintió muy a gusto y pronto el sueño la venció, quedándose allí dormida.

     Papá Oso, Mamá oso y el pequeño osito habían salido a dar un paseo mientras se enfriaba la comida, y al volver a su cabaña en el bosque, el padre oso exclamó: - ¡Alguien ha probado mi sopa! - ¡Y alguien ha probado también la mía! - Añadió la osa. - ¡Y alguien, - gimió el pequeño oso - ha probado la mía y se la ha comido toda!Su sorpresa aumentó cuando fueron a sentarse en sus sillas: - ¡Alguien se ha sentado en mi silla! - Dijo papá oso un poco enfadado. - ¡También se ha sentado en la mía! - Mamá osa no estaba muy contenta. - ¡Y además, se ha sentado en la mía y la ha roto! - Exclamó el pequeño osito, esta vez llorando.- Vamos a dormir y mañana arreglaremos tu silla. - Tranquilizó papá oso al osito. Pero cuando subieron las escaleras, no podían dar crédito a sus ojos: - ¡Alguien ha deshecho mi cama! - Rugió papá oso. - ¡Y alguien se ha metido en la mía también! - Gruñó mamá oso. - ¡Hay alguien que se ha metido en mi camita y sigue durmiendo aquí! - Gritó el osito.Ricitos de Oro había creído en sueños que la voz de papá oso era un trueno. Cuando habló mamá osa, la pequeña soñó con el agua de una cascada, pero la voz aguda del osito la despertó y al ver a los tres osos delante de ella, se asustó tanto que echó a correr hacia el bosque y no paró hasta llegar a su casa. 

     Desde aquel día, Ricitos de Oro pide permiso antes de entrar en casas ajenas y los tres osos se ríen de ella cada vez que se acuerdan 

Y Colorín Colorado, este cuento se ha acabado.


Que sueñes bonito mi vida.

miércoles, 2 de febrero de 2011

PEDRO Y EL LOBO


Érase una vez un pequeño pastor que se pasaba la mayor parte de su tiempo paseando y cuidando de sus ovejas en el campo de un pueblito. Todas las mañanas, muy tempranito, hacía siempre lo mismo. Salía a la pradera con su rebaño, y así pasaba su tiempo. Muchas veces, mientras veía pastar a sus ovejas, él pensaba en las cosas que podía hacer para divertirse.

Como muchas veces se aburría, un día, mientras descansaba debajo de un árbol, tuvo una idea. Decidió que pasaría un buen rato divirtiéndose a costa de la gente del pueblo que vivía por allí cerca. Se acercó y empezó a gritar:

- ¡Socorro, el lobo! ¡Qué viene el lobo!

La gente del pueblo cogió lo que tenía a mano, y se fue a auxiliar al pobre pastorcito que pedía auxilio, pero cuando llegaron allí, descubrieron que todo había sido una broma pesada del pastor, que se deshacía en risas por el suelo. Los aldeanos se enfadaron y decidieron volver a sus casas.

Cuando se habían ido, al pastor le hizo tanta gracia la broma que se puso a repetirla. Y cuando vio a la gente suficientemente lejos, volvió a gritar:

- ¡Socorro, el lobo! ¡Que viene el lobo!

La gente, volviendo a oír, empezó a correr a toda prisa, pensando que esta vez sí que se había presentado el lobo feroz, y que realmente el pastor necesitaba de su ayuda. Pero al llegar donde estaba el pastor, se lo encontraron por los suelos, riéndose de ver cómo los aldeanos habían vuelto a auxiliarlo. Esta vez los aldeanos se enfadaron aún más, y se marcharon terriblemente enfadados con la mala actitud del pastor, y se fueron enojados con aquella situación.

A la mañana siguiente, mientras el pastor pastaba con sus ovejas por el mismo lugar, aún se reía cuando recordaba lo que había ocurrido el día anterior, y no se sentía arrepentido de ninguna forma. Pero no se dio cuenta de que, esa misma mañana se le acercaba un lobo. Cuando se dio media vuelta y lo vio, el miedo le invadió el cuerpo. Al ver que el animal se le acercaba más y más, empezó a gritar desesperadamente:

- ¡Socorro, el lobo! ¡Que viene el lobo! ¡Qué se va a devorar todas mis ovejas! ¡Auxilio!

Pero sus gritos han sido en vano. Ya era bastante tarde para convencer a los aldeanos de que lo que decía era verdad. Los aldeanos, habiendo aprendido de las mentiras del pastor, de esta vez hicieron oídos sordos.

¿Y lo qué ocurrió? Pues que el pastor vio como el lobo se abalanzaba sobre sus ovejas, mientras él intentaba pedir auxilio, una y otra vez:

- ¡Socorro, el lobo! ¡El lobo!

Pero los aldeanos siguieron sin hacerle caso, mientras el pastor vio como el lobo se comía unas cuantas ovejas y se llevaba otras tantas para la cena, sin poder hacer nada, absolutamente. Y fue así que el pastor reconoció que había sido muy injusto con la gente del pueblo, y aunque ya era tarde, se arrepintió profundamente, y nunca más volvió a burlarse ni a mentir a la gente.

Colorín Colorado, este cuento se ha acabado.
Que sueñes bonito Mi Vida