viernes, 18 de mayo de 2012

ALADINO Y LA LAMPARA MARAVILLOSA



Érase una vez una viuda que vivía con su hijo, Aladino. Un día, un misterioso extranjero ofreció al muchacho una moneda de plata a cambio de un pequeño favor y como eran muy pobres aceptó.

-¿Qué tengo que hacer? -preguntó.

-Sígueme - respondió el misterioso extranjero.

El extranjero y Aladino se alejaron de la aldea en dirección al bosque, donde este ultimo iba con frecuencia a jugar. Poco tiempo después se detuvieron delante de una estrecha entrada que conducía a una cueva que Aladino nunca antes había visto.

- ¡No recuerdo haber visto esta cueva! -exclamó el joven- ¿Siempre ha estado ahí?

El extranjero sin responder a su pregunta, le dijo:

-Quiero que entres por esta abertura y me traigas mi vieja lampara de aceite. Lo haría yo mismo si la entrada no fuera demasiado estrecha para mí.

-De acuerdo- dijo Aladino-, iré a buscarla.

-Algo más- agrego el extranjero-.No toques nada más, ¿me has entendido? Quiero únicamente que me traigas mi lampara de aceite.

El tono de voz con que el extranjero le dijo esto ultimo, alarmó a Aladino. Por un momento pensó huir, pero cambió de idea al recordar la moneda de plata y toda la comida que su madre podría comprar con ella.

-No se preocupe, le traeré su lampara, - dijo Aladino mientras se deslizaba por la estrecha abertura.

Una vez en el interior, Aladino vio una vieja lampara de aceite que alumbraba débilmente la cueva. Cual no seria su sorpresa al descubrir un recinto cubierto de monedas de oro y piedras preciosas.

"Si el extranjero solo quiere su vieja lampara -pensó Aladino-, o esta loco o es un brujo. Mmm, ¡tengo la impresión de que no esta loco! ¡Entonces es un ... !"

-¡La lampara! ¡Tráemela inmediatamente!- grito el brujo impaciente.

-De acuerdo pero primero déjeme salir -repuso Aladino mientras comenzaba a deslizarse por la abertura.

-¡No! ¡Primero dame la lampara! -exigió el brujo cerrándole el paso

-¡No! Grito Aladino.

-¡Peor para ti! Exclamo el brujo empujándolo nuevamente dentro de la cueva. Pero al hacerlo perdió el anillo que llevaba en el dedo el cual rodó hasta los pies de Aladino.

En ese momento se oyó un fuerte ruido. Era el brujo que hacia rodar una roca para bloquear la entrada de la cueva.

Una oscuridad profunda invadió el lugar, Aladino tuvo miedo. ¿Se quedaría atrapado allí para siempre? Sin pensarlo, recogió el anillo y se lo puso en el dedo. Mientras pensaba en la forma de escaparse, distraídamente le daba vueltas y vueltas.

De repente, la cueva se lleno de una intensa luz rosada y un genio sonriente apareció.

-Soy el genio del anillo. ¿Que deseas mi señor? Aladino aturdido ante la aparición, solo acertó a balbucear:

-Quiero regresar a casa.

Instantáneamente Aladino se encontró en su casa con la vieja lampara de aceite entre las manos.

Emocionado el joven narro a su madre lo sucedido y le entregó la lampara.

-Bueno no es una moneda de plata, pero voy a limpiarla y podremos usarla.

La esta frotando, cuando de improviso otro genio aun más grande que el primero apareció.

-Soy el genio de la lampara. ¿Que deseas? La madre de Aladino contemplando aquella extraña aparición sin atreverse a pronunciar una sola palabra.

Aladino sonriendo murmuró:

-¿Porqué no una deliciosa comida acompañada de un gran postre?

Inmediatamente, aparecieron delante de ellos fuentes llenas de exquisitos manjares.
Aladino y su madre comieron muy bien ese día y a partir de entonces, todos los días durante muchos años. Aladino creció y se convirtió en un joven apuesto, y su madre no tuvo necesidad de trabajar para otros. Se contentaban con muy poco y el genio se encargaba de suplir todas sus necesidades. Un día cuando Aladino se dirigía al mercado, vio a la hija del Sultán que se paseaba en su litera. Una sola mirada le bastó para quedar locamente enamorado de ella. Inmediatamente corrió a su casa para contárselo a su madre:

-¡Madre, este es el día más feliz de mi vida! Acabo de ver a la mujer con la que quiero casarme.

-Iré a ver al Sultán y le pediré para ti la mano de su hija Halima dijo ella.

Como era costumbre llevar un presente al Sultán, pidieron al genio un cofre de hermosas joyas. Aunque muy impresionado por el presente el Sultán preguntó:

-¿Cómo puedo saber si tu hijo es lo suficientemente rico como para velar por el bienestar de mi hija? Dile a Aladino que, para demostrar su riqueza debe enviarme cuarenta caballos de pura sangre cargados con cuarenta cofres llenos de piedras preciosas y cuarenta guerreros para escoltarlos.

La madre desconsolada, regreso a casa con el mensaje. -¿Dónde podemos encontrar todo lo que exige el Sultán? -preguntó a su hijo.

Tal vez el genio de la lampara pueda ayudarnos -contestó Aladino. Como de costumbre, el genio sonrió e inmediatamente obedeció las ordenes de Aladino. Instantáneamente, aparecieron cuarenta briosos caballos cargados con cofres llenos de zafiros y esmeraldas. Esperando impacientes las ordenes de Aladino, cuarenta Jinetes ataviados con blancos turbantes y anchas cimitarras, montaban a caballo

-¡Al palacio del Sultán!- ordenó Aladino.

El Sultán muy complacido con tan magnifico regalo, se dio cuenta de que el joven estaba determinado a obtener la mano de su hija. Poco tiempo después, Aladino y Halima se casaron y el joven hizo construir un hermoso palacio al lado de el del Sultán (con la ayuda del genio claro esta). El Sultán se sentía orgulloso de su yerno y Halima estaba muy enamorada de su esposo que era atento y generoso. Pero la felicidad de la pareja fue interrumpida el día en que el malvado brujo regreso a la ciudad disfrazado de mercader.

-¡Cambio lamparas viejas por nuevas! -pregonaba. Las mujeres cambiaban felices sus lamparas viejas.

-¡Aquí! -llamó Halima-. Tome la mía también entregándole la lampara del genio.

Aladino nunca había confiado a Halima el secreto de la lampara y ahora era demasiado tarde.

El brujo froto la lampara y dio una orden al genio. En una fracción de segundos, Halima y el palacio subieron muy alto por el aire y fueron llevados a la tierra lejana del brujo.

-¡Ahora serás mi mujer! -le dijo el brujo con una estruendosa carcajada. La pobre Halima , viéndose a la merced del brujo, lloraba amargamente.

Cuando Aladino regreso, vio que su palacio y todo lo que amaba habían desaparecido. Entonces acordándose del anillo le dio tres vueltas.

-Gran genio del anillo, ¿dime que sucedió con mi esposa y mi palacio? -preguntó.

-El brujo que te empujo al interior de la cueva hace algunos años regresó mi amo, y se llevó con él, tu palacio y esposa y la lampara -respondió el genio.

Tráemelos de regreso inmediatamente -pidió Aladino.

-Lo siento, amo, mi poder no es suficiente para traerlos. Pero puedo llevarte hasta donde se encuentran.

Poco después, Aladino se encontraba entre los muros del palacio del brujo. Atravesó silenciosamente las habitaciones hasta encontrar a Halima. Al verla la estrechó entre sus brazos mientras ella trataba de explicarle todo lo que le había sucedido.

-¡Shhh! No digas una palabra hasta que encontremos una forma de escapar -susurró Aladino. Juntos trazaron un plan. Halima debía encontrar la manera de envenenar al brujo. El genio del anillo les proporciono el veneno.

Esa noche, Halima sirvió la cena y sirvió el veneno en una copa de vino que le ofreció al brujo. Sin quitarle los ojos de encima, espero a que se tomara hasta la ultima gota. Casi inmediatamente este se desplomo inerte.

Aladino entró presuroso a la habitación, tomó la lampara que se encontraba en el bolsillo del brujo y la froto con fuerza.

-¡Cómo me alegro de verte, mi buen Amo! -dijo sonriendo-.

¿Podemos regresar ahora?

-¡Al instante!- respondió Aladino y el palacio se elevo por el aire y floto suavemente hasta el reino del Sultán.

El Sultán y la madre de Aladino estaban felices de ver de nuevo a sus hijos. Una gran fiesta fue organizada a la cual fueron invitados todos los súbditos del reino para festejar el regreso de la joven pareja.

Aladino y Halima vivieron felices y sus sonrisas aun se pueden ver cada vez que alguien brilla una vieja lampara de aceite.

Y colorín, colorado, este cuento se ha acabado.
Que sueñes bonito mi vida.

jueves, 17 de mayo de 2012

EL MAGO, EL SASTRE Y EL CAZADOR



En un tiempo muy, muy, muy remoto hacia que vivía una familia de leñadores tan pobre que tenía que compartir el hacha. Como talaban los árboles de uno en uno, apenas poseían dinero. De la madera que no vendían aprovechaban hasta el serrín. Tan pobres eran que comían la corteza de los pinos y se vestían con las hojas de las moreras que caían en otoño.
Un día un tremendo incendio arrasó el bosque y los leñadores se quedaron sin oficio porque ya no había árboles. Después de hablarlo mucho, los tres hermanos decidieron irse a buscar fortuna dejando en casa a sus padres. Marchaban bromeando, cuando llegaron a un punto en el que el camino se dividía en tres direcciones. Cada uno continuó por una ruta diferente. Antes de despedirse con gran pena, se prometieron que volverían a encontrarse allí mismo pasado un año.
El primero de los hermanos halló a un hombre con una túnica que cambiaba de color con la luz. Se cubría la cabeza con un sombrero puntiagudo en forma de cucurucho y lleno de estrellas dibujadas. El extraño le preguntó a dónde iba tan solo por el mundo.

A buscar fortuna –respondió muy seguro.
Pues vente conmigo –le animó.

Intrigado, el joven le preguntó cuál era su oficio.

Yo soy mago. Leo el futuro en las estrellas y hago aparecer palomas de mi sombrero –le informó orgulloso.

Al muchacho no le entusiasmaba aquella profesión tan rara. 

Los reyes te llamarán para consultarte. Aprenderás a convertir el cobre en oro. Serás tan rico que no sabrás ni cuántas monedas llevas en el bolsillo.

Estas palabras convencieron al joven y se fue con él. A su vez, el segundo hermano conoció a un sastre que buscaba un aprendiz al que enseñarle el oficio. El chico pronto cambió su ropa de hojas por un hermoso traje de buena tela. Las nieves invernales ya no lecongelaban y los calores estivales no le derretían. Por último, el tercero acabó acompañando a un valiente cazador. Su estómago se lo agradeció. Las tripas le rugían hambrientas desde que salió del hogar. Pronto demostró su dominio del arco, así que dejó alimentarse solamente de frutas del bosque.

Pasado el año, los hermanos cumplieron su palabra y se juntaron en el mismo sitio en el que se habían separado. Los tres tenían ya un oficio, por lo que volvieron satisfechos a casa. Sus padres les recibieron muy contentos y escuchaban entusiasmados sus anécdotas.

Vivían tranquilamente cuando un día llegó al pueblo la noticia de que un dragón había raptado a las tres hijas del rey. El monarca ofrecía una generosa recompensa a los valientes que rescatasen a las princesas. Los hermanos, que echaban de menos la aventura, partieron en su ayuda. El mago invocó un hechizo que les guió hasta la cueva de la malvada bestia en una isla en mitad del río. Con el dinero ahorrado alquilaron un barquito que les acercó a la orilla. Ya en tierra se colaron a hurtadillas en la cueva.

El dragón dormía profundamente la siesta sin vigilar a sus rehenes. Mientras roncaba a pierna suelta, los hermanos aprovecharon para rescatar a las princesas. No dejaron de correr hasta subir al barco. Tanto jaleo despertó al monstruo. Con sus potentes alas voló hasta alcanzarles. Enfurecido les amenazó con soltar una bocanada de fuegopara achicharrarles.

El cazador no le dio tiempo a que atacase. Apuntó con su arco y le clavó una flecha en el corazón. El dragón se desplomó muerto sobre la cubierta del barco. En la caída desgarró las velas con sus patas. Sin ellas el viento no les movería y se quedarían en mitad de aquel río perdido para siempre. El sastre demostró su habilidad con la aguja cosiéndolas de nuevo. Y de esta forma consiguieron regresar a salvo al palacio.

Durante el viaje los hermanos y las princesas se contaron sus vidas. Al llegar a la corte se dieron cuenta de que se habían enamorado. Los padres de ellas, los reyes, y los padres de ellos, los leñadores, se alegraron mucho.

Gobernar un país es tarea complicada, así que el rey puso una condición para que pudieran casarse. Cada uno de los hermanos tendría que superar una prueba.

Al cazador le pidió que atravesase cuatro dianas seguidas con la misma flecha. Al mago le mandó que encontrase una aguja en un pajar que estaba a muchas leguas de distancia sin moverse del palacio.
Al sastre le encargó que con aquella misma aguja tejiera una alfombra usando las hojas caídas en su jardín.
Los tres hermanos superaron la prueba con éxito. La corte enteraexclamó un larguísimo  “¡Oooooooohhhhhhhhhhh!” admirada por el talento de los jóvenes. Alguno incluso se quedó con la boca abierta para el resto de sus días.

Así, gracias a los oficios que habían aprendido, los tres hermanos se casaron con las tres princesas, vivieron felices y comieron perdices.

Y colorín, colorado, este cuento se ha acabado.
Que sueñes bonito mi vida.

martes, 15 de mayo de 2012

EL DIABLO CON LOS TRES PELOS DE ORO



Había una vez una pobre mujer que dio a luz a un pequeño niño, y como el niño nació con una membrana sobre su cabeza, le predijeron que a sus veinte años él tendría a la hija del rey por esposa. Sucedió que poco después el rey bajó a la villa, y nadie sabía quien era y cuando preguntó a la gente que noticias nuevas había, contestaban:

-"Acaba de nacer un niño con una membrana en su cabeza, y quien quiera que nazca con eso tendrá muy buena suerte. Y le han profetizado, también, que cuando cumpla sus veinte años, obtendrá a la hija del rey por esposa."-

El rey, quien tenía un duro corazón, se enojó con la profecía, fue donde los padres de la criatura, y aparentando gran amistad dijo:

-"Ustedes, pobre gente, permítanme tener a su niño y yo cuidaré de él."-

Al principio ellos rechazaron la oferta, pero cuando el extraño les ofreció una gran cantidad de oro, pensaron:

-"Es un niño con suerte, y cualquier suceso siempre se tornará a su favor."-

Y al fin consintieron y le dieron al niño.

El rey lo puso en una cesta y viajó con él hasta llegar a un profundo río. Entonces tiró el cesto al agua y pensó:

-"He librado a mi hija de su inesperado pretendiente."-

Sin embargo el cesto no se hundió, y flotó como un bote, y ni una gota de agua entró en él. Y navegó como dos leguas más abajo hasta llegar a un molino donde entró en una de las tomas de agua del molino. Un joven que trabajaba alli, que por casualidad estaba por ahí en ese momento, lo vio, y con un gancho lo jaló y lo sacó del agua, pensando que contenía un gran tesoro, pero cuando lo abrió encontró al precioso niño adentro vivito y contento. Se lo llevó entonces al molinero y su esposa, y como ellos no tenían niños se complacieron y dijeron:

-"Dios nos lo ha enviado -"

Y ellos cuidaron adecuadamente al niño, quien creció lleno de cariño.

Sucedió que años mas tarde, en una gira del rey, éste llegó al molino, y le preguntó al molinero y su esposa si ese alto joven era su hijo.

-"No"- contestaron, -"Él fue encontrado. Hace veinte años él flotaba sobre las aguas del río en un cesto y llegó al molino. Mi ayudante lo jaló y sacó del agua.

Entonces el rey supo que ese no era ni más ni menos que el niño con suerte que él había tirado al agua, y dijo:

-"Mi buena gente, ¿no podría ese muchacho llevarle una carta a la reina, y yo le pagaré con dos piezas de oro?"-

-"Cómo mande el rey."- contestaron ellos, y le dijeron al joven que se alistara.

El rey escribió una carta a la reina, en la que decía:

-"Tan pronto como este muchacho llegue con la carta, mátenlo y entiérrenlo. Todo debe estar cumplido antes de que yo regrese."-

El muchacho partió con la carta, pero perdió el camino, y al anochecer llegó a un gran bosque. En la oscuridad él vio una pequeña luz, y avanzó hacia ella hasta llegar a un rancho. Él entró, y vio a una vieja mujer que estaba sentada sola junto al fogón. Cuando ella vio al joven, dijo:

-"¿De dónde vienes, y hacia dónde te diriges?"-

-"Vengo del molino"- contestó, -"y deseo llegar donde la reina, para quien le llevo una carta, pero he perdido el camino en esta foresta y agradecería poder quedarme aquí la noche."-

-"¡Oh pobre muchacho!"- dijo la mujer, -"has llegado a una cueva de ladrones, y cuando vengan, de seguro te matarán."-

-"Deja que vengan"- dijo el joven, -"no estoy asustado, pero estoy tan cansado que no puedo avanzar más."- y se acomodó sobre una banca y se quedó dormido.

Muy pronto llegaron los ladrones, y molestos preguntaron quien era ese extraño muchacho durmiendo allí.

-"¡Ah!"- dijo la vieja mujer, -"es un inocente muchacho que se perdió en el bosque, y por piedad lo dejé entrar. Él debe de llevar una carta a la reina"-

Los ladrones abrieron la carta y la leyeron, y en ella decía que en cuanto el joven llegara debía ser muerto. Entonces los duros ladrones sintieron lástima, y su líder la rompió y escribió otra diciendo que tan pronto el muchacho llegara, debía ser casado al instante con la hija del rey. Y lo dejaron dormir tranquilamente hasta la siguiente mañana. Y cuando despertó le dieron la carta, y le indicaron el camino correcto.

La reina, cuando recibió la carta y la leyó, hizo lo que estaba escrito en ella, y preparó una espléndida fiesta de boda, y la hija del rey fue casada con el joven de la suerte, y como el joven era apuesto y colaborador, ella vivió con él felizmente.

Tiempo después el rey retornó de su gira a palacio y vio que la profecía se había cumplido, y que el joven de la suerte se había casado con su hija.

-"¿Cómo habrá sucedido eso?"- dijo él, -"Yo di otras instrucciones en mi carta"-

Así pues que la reina le entregó la carta, y le dijo que podía ver personalmente lo que en ella estaba escrito. El rey examinó la carta y vio muy bien que había sido cambiada por la otra. Él le preguntó al joven que qué había sido de la carta que él le confió, y que por qué había traído otra en su lugar.

-"No sé nada de ello"- contestó, -"pudo haber sido cambiada en la noche, cuando dormí en la foresta."-

El rey dijo molesto:

-"No vas a tener todo tranquilamente a tu manera, quien se casa con mi hija debe traerme del infierno tres pelos de oro de la cabeza del diablo. Dame lo que te pido, y podrás continuar con mi hija."-

De este modo esperaba el rey deshacerse del muchacho para siempre. Pero el chico de la suerte contestó:

-"Conseguiré los pelos de oro, no le temo al diablo"- y se alejó de ellos para comenzar su gira.

El camino lo llevó a un gran pueblo, donde el guardián de las puertas le preguntó a que venía y que conocimientos tenía.

-"Yo sé de todo"- contestó el joven.

-"Entonces puedes hacernos un favor"- dijo el guardián, -"si nos puedes decir por qué nuestra fuente del mercado, que una vez fluía vino, se ha secado, y desde entonces ni siquiera nos da agua."-

-"Ya lo sabrán"- contestó, -"sólo esperen a mi regreso."-

Y siguió su camino y llegó a otra ciudad, y allí también el guardián de las puertas le preguntó a qué venía y qué sabía.

-"Sé de todo"- contestó.

-"Entonces podrás hacernos un favor y decirnos ¿por qué un árbol en nuestro pueblo, que una vez daba manzanas de oro, ahora ni siquiera echa hojas?"-

-"Ya lo sabrán"- contestó, -"sólo esperen a mi regreso"-

Entonces prosiguió y llegó a un ancho río que debía atravesar. El botero le preguntó a qué venía y qué sabía él.

-"Sé de todo"- contestó.

-"Entonces podrás hacerme un favor"- dijo el botero, -"dime ¿por qué debo estar siempre yendo y viniendo y nunca quedar libre de esta labor?"-

-"Ya lo sabrás"- contestó, -"sólo espera a mi regreso"-
Cuando había cruzado el río encontró la entrada al infierno. Era negra y llena de hollín, y el diablo no se encontraba en casa, pero la abuela estaba sentada en una gran mecedora.

                                           

-"¿Qué es lo que quieres?"- le preguntó.

Pero ella no parecía ser malvada.

-"Me gustaría tener tres pelos de oro de la cabeza del diablo"- le contestó. -"De lo contrario no podría conservar a mi esposa."-

-"Eso es un buen trabajo para solicitar."- dijo ella, -"Si el diablo llega y te encuentra, te costará la vida, pero como te tengo piedad, veré si te puedo ayudar."-

Ella lo convirtió en hormiga y dijo:

-"Métete entre los dobleces de mi vestido, allí estarás seguro."-

-"Sí"- contestó él, -"hasta ahora todo bien. Pero hay tres cosas además que debo de saber: ¿por qué una fuente que una vez fluía vino se ha secado, y ahora ni siquiera echa agua; por qué un árbol que una vez daba manzanas de oro, ahora ni siquiera da hojas; y por qué un botero debe de estar siempre yendo y viniendo, y nunca queda libre?

-"Esas son preguntas difíciles"- contestó ella, -"pero solamente quédate en silencio y quieto y pon atención a lo que diga el diablo cuando yo le arranque los tres pelos de oro."-

Cuando llegó el anochecer, el diablo regresó. No más había entrado cuando notó un cambio en el aire.

-"Me huele a carne humana"- dijo él, -"algo no está bien aquí."-

Entonces él revisó cada rincón, y buscó y buscó, pero no encontró nada. Su abuela lo increpó:

-"Acabo de terminar de barrer y puse todo en orden, y ya estás desordenando todo otra vez; tú siempre tienes carne humana en tu nariz. Siéntate y come tu cena."-

Cuando ya hubo cenado y bebido, se sintió cansado, y reposó su cabeza en el regazo de su abuela, y al poco rato quedó profundamente dormido, roncando y respirando hondo. Entonces la vieja mujer agarró un pelo de oro, lo jaló y lo puso abajo cerca de ella.

-"¡Ay!"- gritó el diablo, -"¿Qué estás haciendo?"-

-"He tenido un mal sueño"- contestó la abuela, -"por eso me sostuve de tu pelo."-

-"¿Y cómo era el sueño?"- dijo el diablo.

-"Soñaba que en una plaza de mercado había una fuente que una vez echaba vino, pero se secó y ahora no echa ni agua. ¿Que podría haber ocurrido?"-

-"¡Ah já! ¡si lo supieran!"- contestó el diablo, -"Hay un enorme sapo sentado sobre una piedra en el pozo. Si lo mataran, el vino regresaría de nuevo."-

Él se durmió de nuevo, y roncaba que hasta las ventanas vibraban. Entonces ella desprendió el segundo pelo.

-"¡Hey, que estás haciendo!"-, gritó el diablo incómodo.

-"No lo tomes mal."- dijo ella, -"Lo hacía en un sueño."-

-"¿Y qué has soñado ahora?- preguntó él.

-"Soñaba que en cierto reino había un manzano que una vez daba manzanas de oro, pero ahora no da ni hojas. ¿Cuál crees que pueda ser la razón?"-

-"¡Oh! ¡si lo supieran!"- contestó el diablo, -"Un ratón está mordiendo la raíz, si lo mataran, tendrían de nuevo manzanas de oro. Pero si sigue mordiendo más tiempo, el árbol entero se moriría. Pero déjame sólo con tus sueños: si me vuelves a molestar en mi dormir te jalaré las orejas."

La abuela le habló suavemente hasta que de nuevo se durmió y roncó. Entonces ella arrancó el tercer pelo de oro. El diablo saltó, rugió fuertemente, y la hubiera regañado si ella no lo hubiera tranquilizado una vez más diciéndole:

-"¿Quien podría solventar malos sueños?"-

-"¿Cuál fue el sueño, entonces?"- preguntó él, un poco intrigado.

-"Soñaba que había un botero que se quejaba de que siempre tenía que ir de uno al otro lado del río, y nunca podía liberarse. ¿Cuál sería la solución?"-

-"¡Ah, el tontito!"- contestó el diablo, -"cuando alguien llegue y desee cruzar el río, él debe poner los remos en sus manos, y este otro hombre tendrá que seguir haciendo el transporte y él quedará libre."-

En cuanto la abuela hubo arrancado los tres pelos de oro, y los tres enigmas resueltos, lo dejó tranquilo durmiendo hasta el amanecer.

Cuando el diablo salió de nuevo, la vieja mujer tomó a la hormiga de los pliegues de su vestido, y le dio al joven de la suerte su forma humana de nuevo.

-"Aquí tienes los tres pelos de oro para tí"- dijo ella, -"Supongo que oíste lo que dijo el diablo sobre tus tres preguntas"-

-"¡Sí, claro!"- contestó él, -"sí lo oí, y tendré cuidado de recordarlo."-

-"Ya tienes lo que querías"- dijo ella, -"y ahora puedes partir."-

Él le agradeció haberlo ayudado en su necesidad, y dejó el infierno muy contento de que todo salió afortunadamente bien.

Cuando volvió al río, el botero esperaba ansioso la respuesta prometida.

-"Pásame primero"- dijo el joven con suerte, -"y entonces te diré como liberarte."-

Y cuando llegaron a la orilla contraria, le dijo el consejo del diablo:

-"La próxima vez que venga alguien que desee cruzar el río, solamente ponle los remos en sus manos"-

Siguió adelante hasta el pueblo donde estaba el manzano improductivo, y allí también el guardián esperaba la respuesta. Él le dijo lo que escuchó del diablo:

-"Maten al ratón que está mordiendo su raíz, y de nuevo dará manzanas de oro."-

Entonces el guardián le agradeció dándole dos burros cargados con oro, que siguieron tras él.

De último llegó al pueblo donde la fuente se había secado. Él le dijo al guardián lo que dijo el diablo:

-"Un gran sapo está en el pozo sobre una piedra. Deben de encontrarlo y matarlo, y el pozo de nuevo fluirá vino en cantidad."-

El guardián le agradeció, dándole también dos burros cargados de oro.

Al fin el joven de la suerte llegó a casa con su esposa, que estuvo feliz de corazón por verlo de nuevo, y de oír cuan bien había prosperado en todo. Al rey él le llevó lo que había pedido: los tres pelos de oro del diablo, y cuando el rey vio a los cuatro burros cargados con oro se puso muy contento y dijo:

-"Ahora que has cumplido con todas las condiciones, puedes quedarte con mi hija. Pero dime, querido yerno, ¿de dónde sacaste todo ese oro? ¡Es una enorme riqueza!"-

-"Remando, yo atravesé un río"- contestó, -"y allá, en la otra orilla, yacía oro en vez de arena."-

-"¿Podría yo traer también?"- dijo el rey, muy ansioso por conseguirlo.

-"Tanto como quiera."- contestó el joven.

-"Hay un botero en el río, pídale que lo pase al otro lado, y podrá llenar sus sacos."-

El voraz rey salió a toda prisa, y cuando llegó al río le pidió al botero que lo pasara. El botero se acercó y le pidió que subiera. Y cuando llegaron a la otra orilla, le puso los remos en las manos y saltó. Y de ahí en adelante, el rey tuvo que seguir remando, como un castigo a sus pecados.

¿Estará aún ahí de botero? Si lo está, es porque nadie le ha tomado aún los remos.

Y colorín, colorado, este cuento se ha acabado.
Que sueñes bonito mi vida.

EL SOLDADITO DE PLOMO



Había una vez un juguetero que fabricó un ejército de soldaditos de plomo, muy derechos y elegantes. Cada uno llevaba un fusil al hombro, una chaqueta roja, pantalones azules y un sombrero negro alto con una insignia dorada al frente. Al juguetero no le alcanzó el plomo para el último soldadito y lo tuvo que dejar sin una pierna.

Pronto, los soldaditos se encontraban en la vitrina de una tienda de juguetes. Un señor los compró para regalárselos a su hijo de cumpleaños. Cuando el niño abrió la caja, en presencia de sus hermanos, el soldadito sin pierna le llamó mucho la atención.
El soldadito se encontró de pronto frente a un castillo de cartón con cisnes flotando a su alrededor en un lago de espejos.

Frente a la entrada había una preciosa bailarina de papel. Llevaba una falda rosada de tul y una banda azul sobre la que brillaba una lentejuela. La bailarina tenía los brazos alzados y una pierna levantada hacia atrás, de tal manera que no se le alcanzaba a ver. ¡Era muy hermosa!

"Es la chica para mí", pensó el soldadito de plomo, convencido de que a la bailarina le faltaba una pierna como a él. Esa noche, cuando ya todos en la casa se habían ido a dormir, los juguetes comenzaron a divertirse. El cascanueces hacía piruetas mientras que los demás juguetes bailaban y corrían por todas partes.

Los únicos juguetes que no se movían eran el soldadito de plomo y la hermosa bailarina de papel. Inmóviles, se miraban el uno al otro. De repente, dieron las doce de la noche. La tapa de la caja de sorpresas se abrió y de ella saltó un duende con expresión malvada.

-¿Tú qué miras, soldado? -gritó. El soldadito siguió con la mirada fija al frente.

-Está bien. Ya verás lo que te pasará mañana -anunció el duende.

A la mañana siguiente, el niño jugó un rato con su soldadito de plomo y luego lo puso en el borde de la ventana, que estaba abierta. A lo mejor fue el viento, o quizás fue el duende malo, lo cierto es que el soldadito de plomo se cayó a la calle.

El niño corrió hacia la ventana, pero desde el tercer piso no se alcanzaba a ver nada.

-¿Puedo bajar a buscar a mi soldadito? -preguntó el niño a la criada. Pero ella se negó, pues estaba lloviendo muy fuerte para que el niño saliera. La criada cerró la ventana y el niño tuvo que resignarse a perder su juguete.

Afuera, unos niños de la calle jugaban bajo la lluvia. Fueron ellos quienes encontraron al soldadito de plomo cabeza abajo, con el fusil clavado entre dos adoquines.

-¡Hagámosle un barco de papel! -gritó uno de los chicos. Llovía tan fuerte que se había formado un pequeño río por los bordes de las calles. Los chicos hicieron un barco con un viejo periódico, metieron al soldadito allí y lo pusieron a navegar.

El sodadito permanecía erguido mientras el barquito de papel se dejaba llevar por la corriente. Pronto se metió en una alcantarilla y por allí siguió navegando.

"¿A dónde iré a parar?" pensó el soldadito. "El culpable de esto es el duende malo. Claro que no me importaría si estuviera conmigo la hermosa bailarina."

En ese momento, apareció una rata enorme.

-¡Alto ahí! -gritó con voz chillona-. Págame el peaje.

Pero el soldadito de plomo no podía hacer nada para detenerse. El barco de papel siguió navegando por la alcantarilla hasta que llegó al canal. Pero, ya estaba tan mojado que no pudo seguir a flote y empezó a naufragar. Por fin, el papel se deshizo completamente y el erguido soldadito de plomo se hundió en el agua. Justo antes de llegar al fondo, un pez gordo se lo tragó.

-¡Qué oscuro está aquí dentro! -dijo el soldadito de plomo-. ¡Mucho más oscuro que en la caja de juguetes!

El pez, con el soldadito en el estómago, nadó por todo el canal hasta llegar al mar. El soldadito de plomo extrañaba la habitación de los niños, los juguetes, el castillo de cartón y extrañaba sobre todo a la hermosa bailarina.

"Creo que no los volveré a ver nunca más", suspiró con tristeza. El soldadito de plomo no tenía la menor idea de dónde se hallaba. Sin embargo, la suerte quiso que unos pescadores pasaran por allí y atraparan al pez con su red.

El barco de pesca regresó a la ciudad con su cargamento. Al poco tiempo, el pescado fresco ya estaba en el mercado; justo donde hacía las compras la criada de la casa del niño. Después de mirar la selección de pescados, se decidió por el más grande: el que tenía al soldadito de plomo adentro.

La criada regresó a la casa y le entregó el pescado a la cocinera.

-¡Qué buen pescado! -exclamó la cocinera.

Enseguida, tomó un cuchillo y se dispuso a preparar el pescado para meterlo al horno.

-Aquí hay algo duro -murmuró. Luego, llena de sorpresa, sacó al soldadito de plomo.

La criada lo reconoció de inmediato.

-¡Es el soldadito que se le cayó al niño por la ventana! -exclamó.

El niño se puso muy feliz cuando supo que su soldadito de plomo había aparecido. El soldadito, por su parte, estaba un poco aturdido. Había pasado tanto tiempo en la oscuridad. Finalmente, se dio cuenta de que estaba de nuevo en casa. En la mesa vio los mismos juguetes de siempre, y también el castillo con el lago de espejos. Al frente estaba la bailarina, apoyada en una pierna. Habría llorado de la emoción si hubiera tenido lágrimas, pero se limitó a mirarla. Ella lo miraba también.

De repente, el hermano del niño agarró al soldadito de plomo diciendo:

-Este soldado no sirve para nada. Sólo tiene una pierna. Además, apesta a pescado.

Todos vieron aterrados cómo el muchacho arrojaba al soldadito de plomo al fuego de la chimenea. El soldadito cayó de pie en medio de las llamas. Los colores de su uniforme desvanecían a medida que se derretía. De pronto, una ráfaga de viento arrancó a la bailarina de la entrada del castillo y la llevó como a un ave de papel hasta el fuego, junto al soldadito de plomo. Una llamarada la consumió en un segundo.

A la mañana siguiente, la criada fue a limpiar la chimenea. En medio de las cenizas encontró un pedazo de plomo en forma de corazón. Al lado, negra como el carbón, estaba la lentejuela de la bailarina.

Y colorín, colorado, este cuento se ha acabado.
Que sueñes bonito mi vida. 

sábado, 12 de mayo de 2012

TAMBOR



Un anochecer caminaba un joven, al que llamaban Tambor, por el campo, completamente solo, y, al llegar a la orilla de un lago, vio tendidas en ellas tres diminutas prendas de ropa blanca. «Vaya unas prendas bonitas!», se dijo, y se guardó una en el bolsillo. Al llegar a su casa, metióse en la cama, sin acordarse, ni por un momento, de su hallazgo. Pero cuando estaba a punto de dormirse, parecióle que alguien pronunciaba su nombre. Aguzó el oído y pudo percibir una voz dulce y suave que le decía: - ¡Tambor, tambor, despierta!

Como era noche oscura, no pudo ver a nadie; pero tuvo la impresión de que una figura se movía delante de su cama.

- ¿Qué quieres? -preguntó.

- Devuélveme mi camisita -respondió la voz-; la que me quitaste anoche junto al lago.

- Te la daré sí me dices quién eres -respondió el tambor.

- ¡Ah! clamó la voz-. Soy la hija de un poderoso rey; pero caí en poder de una bruja y vivo desterrada en la montaña de cristal. Todos los días, mis dos hermanas y yo hemos de ir a bañarnos al lago; pero sin mi camisita no puedo reemprender el vuelo. Mis hermanas se marcharon ya; pero yo tuve que quedarme. Devuélveme la camisita, te lo ruego.

- Tranquilízate, pobre niña -dijo el tambor-. Te la daré con mucho gusto-. Y, sacándosela del bolsillo, se la alargó en la oscuridad. Cogióla ella y se dispuso a retirarse.

- Aguarda un momento -dijo el muchacho-. Tal vez pueda yo ayudarte.

- Sólo podrías hacerlo subiendo a la cumbre de la montaña de cristal y arrancándome del poder de la bruja. Pero a la montaña no podrás llegar; aún suponiendo que llegaras al pie, jamás lograrías escalar la cumbre.

- Para mí, querer es poder -dijo el tambor-. Me inspiras lástima, y yo no le temo a nada. Pero no sé el camino que conduce a la montaña.

- El camino atraviesa el gran bosque poblado de ogros ­respondió la muchacha-. Es cuanto puedo decirte-. Y la oyó alejarse.

Al clarear el día púsose el soldadito en camino. Con el tambor colgado del hombro, adentróse, sin miedo, en la selva y, viendo, al cabo de buen rato de caminar por ella, que no aparecía ningún gigante, pensó: «Será cosa de despertar a esos dormilones».

Puso el tambor ni posición y empezó a redoblarlo tan vigorosamente, que las aves remontaron el vuelo con gran algarabía. Poco después se levantaba un gigante, tan alto como un pino, que había estado durmiendo sobre la hierba.

- ¡Renacuajo! -le gritó-, ¿cómo se te ocurre meter tanto ruido y despertarme del mejor de los sueños?

- Toco -respondió el tambor- para indicar el camino a los muchos millares que me siguen.

- ¿Y qué vienen a buscar a la selva? -preguntó el gigante.

- Quieren exterminamos y limpiar el bosque de las alimañas de tu especie.

- ¡Vaya! -exclamó el monstruo-. Os mataré a pisotones, como si fueseis hormigas.

- ¿Crees que podrás con nosotros? -replicó el tambor-. Cuando te agaches para coger a uno, se te escapará y se ocultará; y en cuanto te eches a dormir, saldrán todos de los matorrales y se te subirán encima. Llevan en el cinto un martillo de hierro y te partirán el cráneo.
Preocupóse el gigante y pensó: «Si no procuro entenderme con esta gentecilla astuta, a lo mejor salgo perdiendo. A los osos y los lobos les aprieto el gaznate; pero ante los gusanillos de la tierra estoy indefenso». Oye, pequeño -prosiguió en alta voz-, retírate, y te prometo que en adelante os dejaré en paz a ti y a los tuyos; además, si tienes algún deseo que satisfacer, dímelo y te ayudaré.

- Tienes largas piernas -dijo el tambor- y puedes correr más que yo. Si te comprometes a llevarme a la montaña de cristal, tocaré señal de retirada, y por esta vez los míos te dejarán en paz.

- Ven, gusano -respondió el gigante-, súbete en mi hombro y te llevaré adonde quieras.

Levantólo y, desde la altura, nuestro soldado se puso a redoblar con todas sus fuerzas. Pensó el gigante: «Debe de ser la señal de que se retiren los otros». Al cabo de un rato salióles al encuentro un segundo gigante que, cogiendo al tamborcillo, se lo puso en el ojal. El soldado se agarró al botón, que era tan grande como un plato, y se puso a mirar alegremente en derredor. Luego se toparon con un tercero, el cual sacó al hombrecillo del ojal y se lo colocó en el ala del sombrero; y ahí tenemos a nuestro soldado, paseando por encima de los pinos. Divisó a lo lejos una montaña azul y pensó: «Ésa debe de ser la montaña de cristal», y, en efecto, lo era. El gigante dio unos cuantos pasos y llegaron al pie del monte, donde se apeó el tambor. Ya en tierra, pidió al grandullón que lo llevase a la cumbre; pero el grandullón sacudió la cabeza y, refunfuñando algo entre dientes, regresó al bosque.

Y ahí tenemos al pobre tambor ante la montaña, tan alta como si hubiesen puesto tres, una encima de otra, y, además, lisa como un espejo. ¿Cómo arreglárselas? Intentó la escalada, pero en vano, resbalaba cada vez. «¡Quién tuviese alas!» -suspiró; pero de nada sirvió desearlo; las alas no le crecieron. Mientras estaba perplejo sin saber qué hacer, vio a poca distancia dos hombres que disputaban acaloradamente. Acercándose a ellos, se enteró de que el motivo de la riña era una silla de montar colocada en el suelo y que cada uno quería para sí.

- ¡Qué necios sois! -díjoles-. Os peleáis por una silla y ni siquiera tenéis caballo.

- Es que la silla merece la pena -respondió uno de los hombres-. Quien se suba en ella y manifiesta el deseo de trasladarse adonde sea, aunque se trate del fin del mundo, en un instante se encuentra en el lugar pedido. La silla es de los dos, y ahora me toca a mí montarla, pero éste se opone.

- Yo arreglaré la cuestión -dijo el tambor; se alejó a cierta distancia y clavó un palo blanco en el suelo. Luego volvió a los hombres y dijo:

- El palo es la meta; el que primero llegue a ella, ése montará antes que el otro.

Emprendieron los dos la carrera, y en cuanto se hubieron alejado un trecho, nuestro mozo se subió en la silla y, expresando el deseo de ser transportado a la cumbre de la montaña de cristal, encontróse en ella en un abrir y cerrar de ojos. La cima era una meseta, en la cual se levantaba una vieja casa de piedra; delante de la casa se extendía un gran estanque y detrás quedaba un grande y tenebroso bosque. No vio seres humanos ni animales; reinaba allí un silencio absoluto, interrumpido solamente por el rumor del viento entre los árboles, y las nubes se deslizaban raudas, a muy poca altura, sobre su cabeza. Se acercó a la puerta y llamó. A la tercera llamada se presentó a abrir una vieja de cara muy morena y ojos encarnados; llevaba anteojos cabalgando sobre su larga nariz y mirándolo con expresión escrutadora, le preguntó qué deseaba.

- Entrada, comida y cama -respondió el tambor.

- Lo tendrás -replicó la vieja- si te avienes antes a hacer tres trabajos.

- ¿Por qué no? -dijo él-. No me asusta ningún trabajo por duro que sea.

Franqueóle la mujer el paso, le dio de comer y, al llegar la noche, una cama. Por la mañana, cuando ya estaba descansado, la vieja se sacó un dedal del esmirriado dedo, se lo dio y le dijo: - Ahora, a trabajar. Con este dedal tendrás que vaciarme todo el estanque. Debes terminar antes del anochecer, clasificando y disponiendo por grupos todos los peces que contiene.

- ¡Vaya un trabajo raro! -dijo el tambor, y se fue al estanque para vaciarlo. Estuvo trabajando toda la mañana; pero, ¿qué puede hacerse con un dedal ante tanta agua, aunque estuviera uno vaciando durante mil años? A mediodía pensó: «Es inútil; lo mismo da que trabaje como que lo deje.», y se sentó a la orilla. Vino entonces de la casa una muchacha y, dejando a su lado un cestito con la comida, le dijo: - ¿Qué ocurre, pues te veo muy triste?


Alzando él la mirada, vio que la doncella era hermosísima, -¡Ay! -le respondió-. Si no puedo hacer el primer trabajo, ¿cómo serán los otros? Vine para redimir a una princesa que debe habitar aquí; pero no la he encontrado. Continuaré mi ruta.

- Quédate -le dijo la muchacha-, yo te sacaré del apuro. Estás cansado; reclina la cabeza sobre mi regazo, y duerme. Cuando despiertes, la labor estará terminada.

El tambor no se lo hizo repetir, y, en cuanto se le cerraron los ojos, la doncella dio la vuelta a una sortija mágica y pronunció las siguientes palabras: -Agua, sube. Peces, afuera.

Inmediatamente subió el agua, semejante a una blanca niebla, y se mezcló con las nubes, mientras los peces coleteaban y saltaban a la orilla, colocándose unos al lado de otros, distribuidos por especies y tamaños. Al despertarse, el tambor comprobó, asombrado, que ya estaba hecho todo el trabajo. Pero la muchacha le dijo:
- Uno de los peces no está con los suyos, sino solo. Cuando la vieja venga esta noche a comprobar si está listo el trabajo que te encargó, te preguntará: «¿Qué hace este pez aquí solo?». Tíraselo entonces a la cara, diciéndole: «¡Es para ti, vieja bruja!».

Presentóse la mujer a la hora del crepúsculo y, al hacerle la pregunta, el tambor le arrojó el pez a la cara. Simuló ella no haberlo notado y nada dijo; pero de sus ojos escapóse una mirada maligna.

A la mañana siguiente lo llamó de nuevo: - Ayer te saliste fácilmente con la tuya; pero hoy será más difícil. Has de talarme todo el bosque, partir los troncos y disponerlos en montones; y debe quedar terminado al anochecer.
Y le dio un hacha, una maza y una cuña; pero la primera era de plomo, y las otras, de hojalata. A los primeros golpes, las herramientas se embotaron y aplastaron, dejándolo desarmado. Hacia mediodía, volvió la muchacha con la comida y lo consoló: - Descansa la cabeza en mi regazo y duerme; cuando te despiertes, el trabajo estará hecho.

Dio vuelta al anillo milagroso, y, en un instante, desplomóse el bosque entero con gran estruendo, partiéndose la madera por sí sola y estibándose en montones; parecía como si gigantes invisibles efectuasen la labor. Cuando se despertó, díjole la doncella: - ¿Ves? La madera está partida y amontonada; sólo queda suelta una rama. Cuando, esta noche, te pregunte la vieja por qué, le das un estacazo con la rama y le respondes: «¡Esto es para ti, vieja bruja!».

Vino la vieja: - ¿Ves -le dijo- qué fácil resultó el trabajo? Pero, ¿qué hace ahí esa rama?

- ¡Es para ti, vieja bruja! -respondióle el mozo, dándole un golpe con ella.

La mujer hizo como si no lo sintiera, y, con una risa burlona, le dijo: - Mañana harás un montón de toda esta leña, le prenderás fuego y habrá de consumirse completamente.

Levantóse el tambor a las primeras luces del alba para acarrear la leña; pero, ¿cómo podía un hombre solo transportar todo un bosque? El trabajo no adelantaba. Pero la muchacha no lo abandonó en su cuita; trájole a mediodía la comida y, después que la hubo tomado, sentóse, con la cabeza en su regazo, y se quedó dormido.

Cuando se despertó, ardía toda la pira en llamas altísimas, cuyas lenguas llegaban al cielo. - Escúchame -le dijo la doncella-: cuando venga la bruja, te mandará mil cosas; haz, sin temor, cuanto te ordene; sólo así no podrá nada contigo; pero si tienes miedo, serás víctima del fuego. Finalmente, cuando ya lo hayas realizado todo, la agarras con ambas manos y la arrojas a la hoguera.

Marchóse la muchacha y, a poco, presentóse la vieja: - ¡Uy, qué frío tengo! -exclamó-. Pero ahí arde un fuego que me calentará mis viejos huesos. ¡Qué bien! Allí veo un tarugo que no quema; sácalo. Si lo haces, quedarás libre y podrás marcharte adonde quieras. ¡Ala, adentro sin miedo!

El tambor no se lo pensó mucho y saltó en medio de las llamas; pero éstas no lo quemaron, ni siquiera le chamuscaron el cabello. Cogió el tarugo y lo sacó de la pira. Mas apenas la madera hubo tocado el suelo, transformóse, y nuestro mozo vio de pie ante él a la hermosa doncella que le había ayudado en los momentos difíciles. Y por los vestidos de seda y oro que llevaba, comprendió que se trataba de la princesa. La vieja prorrumpió en una carcajada diabólica y dijo: - Piensas que ya es tuya; pero no lo es todavía.

Y se disponía a lanzarse sobre la doncella para llevársela; pero él agarró a la bruja con ambas manos, levantóla en el aire y la arrojó entre las llamas, que enseguida se cerraron sobre ella, como ávidas de devorar a la hechicera.

La princesa se quedó mirando al tambor, y, al ver que era un mozo gallardo y apuesto, y pensando que se había jugado la vida para redimirla, alargándole la mano le dijo: - Te has expuesto por mí; ahora, yo lo haré por ti. Si me prometes fidelidad, serás mi esposo. No nos faltarán riquezas; tendremos bastantes con las que la bruja ha reunido aquí.

Condújolo a la casa, donde encontraron cajas y cajones repletos de sus tesoros. Dejaron el oro y la plata, y se llevaron únicamente las piedras preciosas. No queriendo permanecer por más tiempo en la montaña de cristal, dijo el tambor a la princesa: - Siéntate en mi silla y bajaremos volando como aves.

- No me gusta esta vieja silla -respondió ella-. Sólo con dar vuelta a mi anillo mágico estamos en casa.

- Bien -asintió él-; entonces, pide que nos sitúe en la puerta de la ciudad. Estuvieron en ella en un santiamén, y el tambor dijo: - Antes quiero ir a ver a mis padres y darles la noticia. Aguárdame tú aquí en el campo; no tardaré en regresar.

- ¡Ay! -exclamó la doncella-. Ve con mucho cuidado; cuando llegues a casa, no beses a tus padres en la mejilla derecha, si lo hicieses, te olvidarías de todo, y yo me quedaría sola y abandonada en el campo.

- ¿Cómo es posible que te olvide? -contestó él; y le prometió estar muy pronto de vuelta.

Cuando llegó a la casa paterna, nadie lo conoció. ¡Tanto había cambiado! Pues resulta que los tres días que pasara en la montaña habían sido, en realidad, tres largos años. Diose a conocer, y sus padres se le arrojaron al cuello locos de alegría; y estaba el mozo tan emocionado que, sin acordarse de la recomendación de su prometida, los besó en las dos mejillas. Y en el momento en que estampó el beso en la mejilla derecha, borrósele por completo de la memoria todo lo referente a la princesa. Vaciándose los bolsillos, puso sobre la mesa puñados de piedras preciosas, tantas, que los padres no sabían qué hacer con tanta riqueza. El padre edificó un magnífico castillo rodeado de jardines, bosques y prados, como si se destinara a la residencia de un príncipe. Cuando estuvo terminado, dijo la madre: - He elegido una novia para ti; dentro de tres días celebraremos la boda.


El hijo se mostró conforme con todo lo que quisieron sus padres. La pobre princesa estuvo aguardando largo tiempo a la entrada de la ciudad la vuelta de su prometido. Al anochecer, dijo: - Seguramente ha besado a sus padres en la mejilla derecha, y me ha olvidado.

Llenóse su corazón de tristeza y pidió volver a la solitaria casita del bosque, lejos de la Corte de su padre. Todas las noches volvía a la ciudad y pasaba por delante de la casa del joven, él la vio muchas veces, pero no la reconoció. Al fin, oyó que la gente decía: - Mañana se celebra su boda. «Intentaré recobrar su corazón», pensó ella. Y el primer día de la fiesta, dando vuelta al anillo mágico, dijo: - Quiero un vestido reluciente como el sol.

En seguida tuvo el vestido en sus manos; y su brillo era tal, que parecía tejido de puros rayos. Cuando todos los invitados se hallaban reunidos, entró ella en la sala. Todos los presentes se admiraron al contemplar un vestido tan magnífico; pero la más admirada fue la novia, cuyo mayor deseo era el conseguir aquellos atavíos. Se dirigió, pues, a la desconocida y le preguntó si quería venderlo.

- No por dinero -respondió ella-, pero os lo daré si me permitís pasar la noche ante la puerta de la habitación del novio.
La novia, con el afán de poseer la prenda, accedió; pero mezcló un somnífero en el vino que servíase al novio, por lo que éste quedó sumido en profundo sueño. Cuando ya reinó el silencio en todo el palacio, la princesa, pegándose a la puerta del aposento y entreabriéndola, dijo en voz alta:

«Tambor mío, escucha mis palabras.
¿Te olvidaste de tu amada,
la de la montaña encantada?
¿De la bruja no te salvé, mi vida?
¿No me juraste fidelidad rendida?
Tambor mío, escucha mis palabras».

Pero todo fue en vano; el tambor no se despertó, y, al llegar la mañana, la princesa hubo de retirarse sin haber conseguido su propósito. Al atardecer del segundo día, volvió a hacer girar el anillo y dijo: - Quiero un vestido plateado como la luna.

Y cuando se presentó en la fiesta en su nuevo vestido, que competía con la luna en suavidad y delicadeza, despertó de nuevo la codicia de la novia, logrando también su conformidad de que pasase la segunda noche ante la puerta del dormitorio. Y, en medio del silencio nocturno, volvió a exclamar:

«Tambor mío, escucha mis palabras.
¿Te olvidaste de tu amada,
la de la montaña encantada?
¿De la bruja no te salvé, mi vida?
¿No me juraste fidelidad rendida?
Tambor mío, escucha mis palabras».

Pero tambor, bajo los efectos del narcótico, no se despertó tampoco, y la muchacha, al llegar la mañana, hubo de regresar. tristemente, a su casa del bosque.

Pero las gentes del palacio habían oído las lamentaciones de la princesa y dieron cuenta de ello al novio, diciéndole también que a él le era imposible oírla, porque en el vino que se tomaba al acostarse mezclaban un narcótico. Al tercer día, la princesa dio vuelta al prodigioso anillo y dijo: - Quiero un vestido centelleante como las estrellas.

Al aparecer en la fiesta, la novia quedó anonadada ante la magnificencia del nuevo traje, mucho más hermoso que los anteriores, y dijo: - Ha de ser mío, y lo será.

La princesa se lo cedió como las veces anteriores, a cambio del permiso de pasar la noche ante la puerta del aposento del novio. Éste. empero, no se tomó el vino que le sirvieron al ir a acostarse, sino que lo vertió detrás de la cama. Y cuando ya en toda la casa reinó el silencio, pudo oír la voz de la doncella, que le decía:

«Tambor mío, escucha mis palabras.
¿Te olvidaste de tu amada,
la de la montaña encantada?
¿De la bruja no te salvé, mi vida?
¿No me juraste fidelidad rendida?
Tambor mío, escucha mis palabras».

Y, de repente, recuperó la memoria. - ¡Ay -exclamó-, cómo es posible que haya obrado de un modo tan desleal! Tuvo la culpa el beso que di a mis padres en la mejilla derecha; él me aturdió.

Y, precipitándose a la puerta y tomando de la mano a la princesa, la llevó a la cama de sus padres. - Ésta es mi verdadera prometida -les dijo-, y si no me caso con ella, cometeré una grandísima injusticia.

Los padres, al enterarse de todo lo sucedido, dieron su consentimiento. Fueron encendidas de nuevo las luces de la sala, sonaron tambores y trompetas, envióse invitación a amigos y parientes, y celebróse la boda con la mayor alegría. La otra prometida se quedó con los hermosos vestidos, y con ellos se dio por satisfecha

Y colorín, colorado, este cuento se ha acabado.
Que sueñes bonito mi vida.

viernes, 11 de mayo de 2012

LAS SEMILLAS DEL REY


En un país lejano, el rey convocó a todos los jóvenes a una audiencia privada con él, en ella les daría un importante mensaje. Muchos jóvenes asistieron y el rey les dijo: - Os voy a dar una semilla diferente a cada uno de vosotros, al cabo de seis meses deberéis traerme en una maceta la planta que haya crecido y quien de vosotros traiga la planta más bella ganará la mano de mi hija  y también mi reino. Así se hizo y los jóvenes se marcharon a sus casas cada uno con su semilla y las plantaron ilusionados. -+Pasaron las semanas y los muchachos del reino no paraban de hablar y mostrar las hermosas plantas y flores que habían sembrado en sus macetas mientras había un joven que también plantó su semilla y ésta no germinaba. Pasaron los seis meses y todos los muchachos desfilaron hacia el castillo con hermosísimas y exóticas plantas.  El joven estaba demasiado triste pues a pesar de sus esfuerzos y cuidados su semilla nunca germinó. Ni siquiera quería ir al palacio, pero su madre insistió en que debía ir, pues era un participante más y también debía estar allí. El chico con la cabeza baja y muy avergonzado desfiló el último hacia el palacio, con su maceta vacía. Todos los demás muchachos hablaban de sus plantas, y al ver a nuestro amigo irrumpieron en risas y burlas. Pero en ese momento el alboroto fue interrumpido por la llegada del Rey y todos hicieron sus reverencias mientras el rey se paseaba entre todas las macetas admirando las plantas. Finalizada la inspección, hizo llamar a su hija, y llamó de entre todos al joven que llevó su maceta vacía. Atónitos, todos esperaban la explicación de aquella acción. El rey dijo entonces: -Este es el nuevo heredero del trono y se casará con mi hija, pues a todos vosotros se os dio una semilla infértil,  y todos habéis tratado de engañarme plantando otras plantas en vuestras macetas; pero este joven no, él tuvo el valor de presentarse y mostrar su maceta vacía, siendo sincero, leal y valiente, cualidades que un futuro rey debe tener y que mi hija merece.

Y Colorín Colorado, este cuento se ha acabado.
Que sueñes bonito mi vida. 

jueves, 10 de mayo de 2012

ESCARABAJO, EL ADIVINO



Era un campesino pobre y muy astuto apodado Escarabajo, que quería adquirir fama de adivino.

Un día robó una sábana a una mujer, la escondió en un montón de paja y se empezó a alabar diciendo que estaba en su poder el adivinarlo todo. La mujer lo oyó y vino a él pidiéndole que adivinase dónde estaba su sábana. El campesino le preguntó:

-¿Y qué me darás por mi trabajo?

-Un poco de harina y una libra de manteca.

-Está bien.

Se puso a hacer como que meditaba, y luego le indicó el sitio donde estaba escondida la sábana.

Dos o tres días después desapareció un caballo que pertenecía a uno de los más ricos propietarios del pueblo. Era Escarabajo quien lo había robado y conducido al bosque, donde lo había atado a un árbol.

El señor mandó llamar al adivino, y éste, imitando los gestos y procedimientos de un verdadero mago, le dijo:

-Envía tus criados al bosque; allí está tu caballo atado a un árbol.

Fueron al bosque, encontraron el caballo, y el contento propietario dio al campesino cien rublos. Desde entonces creció su fama, extendiéndose por todo el país.

Por desgracia, ocurrió que al zar se le perdió su anillo nupcial, y por más que lo buscaron por todas partes no lo pudieron encontrar.

Entonces el zar mandó llamar al adivino, dando orden de que lo trajesen a su palacio lo más pronto posible. Los mensajeros, llegados al pueblo, cogieron al campesino, lo sentaron en un coche y lo llevaron a la capital. Escarabajo, con gran miedo, pensaba así:

«Ha llegado la hora de mi perdición. ¿Cómo podré adivinar dónde está el anillo? Se encolerizará el zar y me expulsarán del país o mandará que me maten.»

Lo llevaron ante el zar, y éste le dijo:

-¡Hola, amigo! Si adivinas dónde se halla mi anillo te recompensaré bien; pero si no haré que te corten la cabeza.

Y ordenó que lo encerrasen en una habitación separada, diciendo a sus servidores:

-Que le dejen solo para que medite toda la noche y me dé la contestación mañana temprano.

Lo llevaron a una habitación y lo dejaron allí solo.

El campesino se sentó en una silla y pensó para sus adentros: «¿Qué contestación daré al zar? Será mejor que espere la llegada de la noche y me escape; apenas los gallos canten tres veces huiré de aquí.»

El anillo del zar había sido robado por tres servidores de palacio; el uno era lacayo, el otro cocinero y el tercero cochero. Hablaron los tres entre sí, diciendo:

-¿Qué haremos? Si este adivino sabe que somos nosotros los que hemos robado el anillo, nos condenarán a muerte. Lo mejor será ir a escuchar a la puerta de su habitación; si no dice nada, tampoco lo diremos nosotros; pero si nos reconoce por ladrones, no hay más remedio que rogarle que no nos denuncie al zar.

Así lo acordaron, y el lacayo se fue a escuchar a la puerta. De pronto se oyó por primera vez el canto del gallo, y el campesino exclamó:

-¡Gracias a Dios! Ya está uno; hay que esperar a los otros dos.

Al lacayo se le paralizó el corazón de miedo. Acudió a sus compañeros, diciéndoles:

-¡Oh amigos, me ha reconocido! Apenas me acerqué a la puerta, exclamó: «Ya está uno; hay que esperar a los otros dos.»

-Espera, ahora iré yo -dijo el cochero; y se fue a escuchar a la puerta.

En aquel momento los gallos cantaron por segunda vez, y el campesino dijo:

-¡Gracias a Dios! Ya están dos; hay que esperar sólo al tercero.

El cochero llegó junto a sus compañeros y les dijo:

-¡Oh amigos, también me ha reconocido!

Entonces el cocinero les propuso:

-Si me reconoce también, iremos todos, nos echaremos a sus pies y le rogaremos que no nos denuncie y no cause nuestra perdición.

Los tres se dirigieron hacia la habitación, y el cocinero se acercó a la puerta para escuchar. De pronto cantaron los gallos por tercera vez, y el campesino, resignándose, exclamó:

-¡Gracias a Dios! ¡Ya están los tres!

Y se lanzó hacia la puerta con la intención de huir del palacio; pero los ladrones salieron a su encuentro y se echaron a sus plantas, suplicándole:

-Nuestras vidas están en tus manos. No nos pierdas; no nos denuncies al zar. Aquí tienes el anillo.

-Bueno; por esta vez los perdono -contestó el adivino.

Tomó el anillo, levantó una plancha del suelo y lo escondió debajo.

Por la mañana el zar, despertándose, hizo venir al adivino y le preguntó:

-¿Has pensado bastante?

-Sí, y ya sé dónde se halla el anillo. Se te ha caído, y rodando se ha metido debajo de esta plancha.

Quitaron la plancha y sacaron de allí el anillo. El zar recompensó generosamente a nuestro adivino, ordenó que le diesen de comer y beber y se fue a dar una vuelta por el jardín.

Cuando el zar paseaba por una vereda, vio un escarabajo, lo cogió y volvió a palacio.

-Oye -dijo a Escarabajo-: si eres adivino, tienes que adivinar qué es lo que tengo encerrado en mi puño.

El campesino se asustó y murmuró entre dientes:

-Escarabajo, ahora sí que estás cogido por la mano poderosa del zar.

-¡Es verdad! ¡Has acertado! -exclamó el zar.

Y dándole aún más dinero lo dejó irse a su casa colmado de honores.

Y Colorín, Colorado, este Cuento Se Ha Acabado.
Que Sueñes Bonito Mi Vida.

domingo, 29 de abril de 2012

LA FLOR DEL LIROLAY



    Este era un rey ciego que tenía tres hijos. Una enfermedad desconocida le había quitado la vista y ningún remedio de cuantos le aplicaron pudo curarlo. Inútilmente habían sido consultados sabios más famosos.

       Un día llegó al palacio, desde un país remoto, un viejo mago conocedor de la desventura del soberano. Le observó, y dijo que sólo la flor del lirolay, aplicada a sus ojos, obraría el milagro. La flor del lirolay se abría en tierras muy lejanas y eran tantas y tales las dificultades del viaje y de la búsqueda que resultaba casi imposible conseguirla.

      Los tres hijos del rey se ofrecieron para realizar la hazaña. El padre prometió legar la corona del reino al que conquistara la flor del lirolay.

     Los tres hermanos partieron juntos. Llegaron a un lugar en el que se abrían tres caminos y se separaron, tomando cada cual por el suyo. Se marcharon con el compromiso de reunirse allí mismo el día en que se cumpliera un año, cualquiera fuese el resultado de la empresa.

     Los tres llegaron a las puertas de las tierras de la flor del lirolay, que daban sobre rumbos distintos, y los tres se sometieron, como correspondía a normas idénticas.

     Fueron tantas y tan terribles las pruebas exigidas, que ninguno de los dos hermanos mayores la resistió, y regresaron sin haber conseguido la flor.

     El menor, que era mucho más valeroso que ellos, y amaba entrañablemente a su padre, mediante continuos sacrificios y con grande riesgo de la vida, consiguió apoderarse de la flor extraordinaria, casi al término del año estipulado. El día de la cita, los tres hermanos se reunieron en la encrucijada de los tres caminos.

     Cuando los hermanos mayores vieron llegar al menor con la flor de lirolay, se sintieron humillados. La conquista no sólo daría al joven fama de héroe, sino que también le aseguraría la corona. La envidia les mordió el corazón y se pusieron de acuerdo para quitarlo de en medio.

     Poco antes de llegar al palacio, se apartaron del camino y cavaron un pozo profundo. Allí arrojaron al hermano menor, después de quitarle la flor milagrosa, y lo cubrieron con tierra.

     Llegaron los impostores alardeando de su proeza ante el padre ciego, quien recuperó la vista así que pasó por los ojos la flor de lirolay. Pero, su alegría se transformó en nueva pena al saber que su hijo había muerto por su causa en aquella aventura.

    De la cabellera del príncipe enterrado brotó un lozano cañaveral.Al pasar por allí un pastor con su rebaño, le pareció espléndida ocasión para hacerse una flauta y cortó una caña. Cuando el pastor probó modular en el flamante instrumento un aire de la tierra, la flauta dijo estas palabras:

No me toques, pastorcito,
ni me dejes tocar;
mis hermanos me mataron
por la flor de lirolay.

     La fama de la flauta mágica llegó a oídos del Rey que la quiso probar por sí mismo; sopló en la flauta, y oyó estas palabras:

No me toques, padre mío,
ni me dejes tocar;
mis hermanos me mataron
por la flor de lirolay.

     Mandó entonces a sus hijos que tocaran la flauta, y esta vez el canto fue así:

No me toquen, hermanitos,
ni me dejen tocar;
porque ustedes me mataron
por la flor de lirolay.

      Llevando el pastor al lugar donde había cortado la caña de su flauta, mostró el lozano cañaveral. Cavaron al pie y el príncipe vivia aún, salió desprendiéndose de las raíces. Descubierta toda la verdad, el Rey condenó a muerte a sus hijos mayores. El joven príncipe, no sólo los perdonó sino que, con sus ruegos, consiguió que el Rey también los perdonara.

     El conquistador de la flor de lirolay fue rey, y su familia y su reino vivieron largos años de paz y de abundancia.