domingo, 7 de septiembre de 2014

LAS FLECHAS DEL GUERRERO



Erase una vez un guerrero, era de todos los guerreros al servicio del malvado Morlán, Jero era el más fiero, y el más cruel. Sus ojos descubrían hasta los enemigos más cautos, y su arco y sus flechas se encargaban de ejecutarlos.

Cierto día, saqueando un gran palacio, el guerrero encontró unas flechas rápidas y brillantes que habían pertenecido a la princesa del lugar, y no dudó en guardarlas para alguna ocasión especial.


En cuanto aquellas flechas se unieron al resto de armas de Jero, y conocieron su terrible crueldad, protestaron y se lamentaron amargamente. Ellas, acostumbradas a los juegos de la princesa, no estaban dispuestas a matar a nadie.


¡No hay nada que hacer! - dijeron las demás flechas -. Os tocará asesinar a algún pobre viajero, herir de muerte a un caballo o cualquier otra cosa, pero ni soñéis con volver a vuestra antigua vida...
 

Algo se nos ocurrirá- respondieron las recién llegadas.

Pero el arquero jamás se separaba de su arco y sus flechas, y éstas pudieron conocer de cerca la terrorífica vida de Jero. Tanto viajaron a su lado, que descubrieron la tristeza y la desgana en los ojos del guerrero, hasta comprender que aquel despiadado luchador jamás había visto otra cosa.

Pasado el tiempo, el arquero recibió la misión de acabar con la hija del rey, y Jero pensó que aquella ocasión bien merecía gastar una de sus flechas. Se preparó como siempre: oculto entre las matas, sus ojos fijos en la víctima, el arco tenso, la flecha a punto, esperar el momento justo y .. ¡soltar!


Pero la flecha no atravesó el corazón de la bella joven. En su lugar, hizo un extraño, lento y majestuoso vuelo, y fue a clavarse junto a unos lirios de increíble belleza. Jero, extrañado, se acercó y recogió la atontada flecha. Pero al hacerlo, no pudo dejar de ver la delicadísima y bella flor, y sintió que nunca antes había visto nada tan hermoso...

Unos minutos después, volvía a mirar a su víctima, a cargar una nueva flecha y a tensar el arco. Pero nuevamente erró el tiro, y tras otro extraño vuelo, la flecha brillante fue a parar a un árbol, justo en un punto desde el que Jero pudo escuchar los más frescos y alegres cantos de un grupo de pajarillos... 


Y así, una tras otra, las brillantes flechas fallaron sus tiros para ir mostrando al guerrero los pequeños detalles que llenan de belleza el mundo. Flecha a flecha, sus ojos y su mente de cazador se fueron transformando, hasta que la última flecha fue a parar a sólo unos metros de distancia de la joven, desde donde Jero pudo observar su belleza, la misma que él mismo estaba a punto de destruir.


Entonces el guerrero despertó de su pesadilla de muerte y destrucción, deseoso de cambiarla por un sueño de belleza y armonía. Y después de acabar con las maldades de Morlán, abandonó para siempre su vida de asesino y dedicó todo su esfuerzo a proteger la vida y todo cuanto merece la pena


Sólo conservó el arco y sus flechas brillantes, las que siempre sabían mostrarle el mejor lugar al que dirigir la vista.

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
Que sueñes bonito Mi Vida.

sábado, 6 de septiembre de 2014

EL VIAJE DE LAS HIJAS DEL SULTAN



Erase una vez un viejo sultán preocupado porque aún no había decidido a cuál de sus hijas dejar el trono. Su amigo el visir le aconsejó:

- Ponlas a prueba. La vida es un largo viaje ¿no? Pues llévalas a un lugar remoto y que cada una viaje hasta aquí por su cuenta. Júzgalas a su vuelta por lo que hayan aprendido.

- ¿Y si algo les ocurriera?

- No se preocupe, majestad. Dejaré que les guarde y acompañe un animal de su elección.

Ara y Taira, las princesas, fueron llevadas muy lejos, y allí pudieron elegir su animal protector. Ara eligió un magnífico y poderoso tigre que no desentonaba ni con la belleza ni con el carácter valiente e impetuoso de la princesa.

- Me encanta ese tigre- dijo Taira- pero yo no lo escogería para un viaje tan largo. Los tigres son peligrosos y difíciles de controlar.

- No te preocupes, hermanita, yo sabré dominarlo- respondió Ara al emprender el camino de vuelta.

Taira pasó algún tiempo conociendo a los animales antes de elegir su compañero. Y aunque los animales bellos y exóticos le parecían maravillosos, se decidió por un perro de ojos inteligentes, simpático y bonachón, con el que se entendía a las mil maravillas.

El viaje resultó muy extraño. Cada vez que pasaban por algún pueblo o ciudad, Ara y su tigre levantaban gran admiración y eran acogidos con fiestas y celebraciones, mientras Taira y su perro pasaban prácticamente desapercibidos. Pero el resto del tiempo, cuando viajaban alejados de la gente, Taira disfrutaban de todo tipo de juegos con su perro, mientras que Ara apenas conseguía dominar la ira y la fuerza del tigre, y vivía angustiada pensando que en cualquier momento el animal pudiera llegar a atacarla. Y lo hizo varias veces, aunque las heridas nunca llegaron a ser graves.

Cuando Ara y su tigre llegaron al palacio también fueron recibidos entre aclamaciones. Al poco llegó Taira, y el visir recordó entonces al sultán:

- Ha llegado la hora de decidirse. Preguntadles qué tal fue el viaje y qué han aprendido.

- ¿Qué necesidad hay? - replicó el sultán - Mira a Ara y su magnífico tigre, tienen una imagen perfecta y todo el mundo los adora.

- Preguntadles de todas formas - insistió el visir- seguro que tienen magníficas historias que contar.

- Cierto, eso seguro... ¿Queridas hijas? ¿Qué tal vuestro viaje?

Ara apenas tuvo tiempo de responder, porque Taira se lanzó a hablar sin parar. Se le había hecho tan corto, y lo había pasado tan bien con su perro, que no dejaba de dar las gracias a su padre por habérselo regalado, y le pidió conservarlo para siempre. Y mientras Taira contaba sus mil historias, el sultán vio en lo ojos de la bella Ara una pequeña lágrima de envidia ¡se le había hecho tan largo! ¡y todo por haber elegido aquel tigre brusco y salvaje!

El visir, viendo que el sultán había comprendido, gritó con voz potente:

- Ya no hay necesidad de trucos ¡Al sal halam!

... y una nube mágica devolvió al perro y al tigre su forma humana. Eran dos de los muchos príncipes que llevaban años cortejando a las hijas del sultán. Las dos reconocieron enseguida al tigre: era Agra, el más apuesto y poderoso de sus pretendientes, del que ambas habían estado enamoradas durante años. El perro era Asalim, un joven del que apenas recordaban nada. Pero tenía los ojos y la sonrisa de su querido compañero de juegos, y Taira se lanzó a sus brazos y corrió a pedir permiso a su padre para celebrar la boda.

Agra estiró las manos hacia Ara con un sonrisa: hacían una pareja admirable. Pero en sus ojos la princesa reconoció la fiereza y agresividad que tantas veces mostró su compañero de viaje. Y no tuvo ninguna duda: perdería el trono y su amor de juventud, pero no pasaría toda su vida en compañía de un tigre al que nunca podría controlar.

Colorín colorado, este cuento se ha acabado.
Que sueñes bonito Mi Vida.